Historia de una mujer soltera by Chiyo Uno

Historia de una mujer soltera by Chiyo Uno

autor:Chiyo Uno
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788426424730
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España


19

Shigino, Kawagoe, Fujiu, Tabuse, Marifu, Mishó... Kazúe, carta en mano, hizo el circuito de todos los pueblos de la zona. Ninguna de las familias que visitó era tan rica como la de los Yoshino de Takamori, pero todas ellas eran las más antiguas de sus pueblos. En cada casa Kazúe encontró la misma reacción que en Takamori y por el mismo orden. Primero, todos los miembros de la familia se maravillaban al ver su cara maquillada, y luego, obedeciendo a sus peticiones, se encontraban deseando penosamente transformar a aquella chica en una joven decente. Ocurría lo mismo en cada casa. Kazúe era la única que no se daba cuenta. Cuando se disponía a irse de la casa, alguien le escribía una carta —como su tía había hecho en Takamori— y todo lo que se le ocurría pensar era que su trabajo estaba progresando de maravilla. No podía pedir más. De joven, mucha gente ha creído en su propio éxito. Kazúe, su madre y sus hermanos no sentían la más mínima preocupación acerca del trabajo de Kazúe. Y una gran felicidad reinó en la casa. Al menos por algún tiempo.

Un atardecer de verano Kazúe llevó a sus hermanos a comer hielos de sabores al borde del río, bajo el puente Garyō. Los bailes Obon habían finalizado, pero los encargados de los tenderetes seguían colgando sus linternas rojas y colocando hileras de bancos. Kazúe solo tenía unas pocas monedas en su monedero, pero ir a comer hielo era uno de los lujos que se permitió aquel verano. Invitó a sus hermanos a acompañarla. Kazúe se había vestido con su yukata nuevo, la cosa más bonita que tenía. Al mirar atrás y ver cómo los niños la seguían se sintió feliz.

—¿Eres tú, Kazúe? ¿Entonces es que ya has vuelto?

La gente saludaba a Kazúe cuando pasaba junto a ella y le preguntaba, evidentemente, por su regreso de Corea, algo que Kazúe ya había olvidado. En un pueblo, los actos de una joven se recuerdan con tanta claridad que quizás algún día consten en algún libro.

—¡Allí está aquella vieja bruja! —siseó Satoru.

Pero Kazúe pretendió no oírle.

No había luna y la orilla del río estaba oscura, excepto allí donde las linternas rojas se balanceaban de lado a lado, reflejándose en el agua. Las caras de los que estaban sentados en los bancos a lo largo de la orilla lucían rojas bajo la luz de las linternas. Una breve brisa venía del río.

—Hermanita, quiero un helado kindori especial.

—¡Yo también!

—Querríamos unos cuantos helados kindori, señora. Seis, por favor.

Un helado kindori era una montaña de virutas de hielo cubiertas con un jarabe dulce de judías azuki. Era el helado especial más caro.

—¡Dios mío! ¡Seis helados kindori! —dijo una señora sentada en un banco cercano—. ¿Kazúe? Porque ¡eres Kazúe! Te has convertido en una mujer tan bella que casi no puedo creer lo que veo —aquella dulce voz solo podía ser de una persona: su tía de Teppō Koji—. Jōji, mira. Es Kazúe.

El joven sentado junto a la mujer no miró hacia ellos.



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